Son pocos los ejemplos de experiencias vitales fuertes llevadas al mundo de los videojuegos, pero poco a poco se va abriendo la senda que títulos emblemáticos como «Papo y yo» han abierto recientemente.
Un ejemplo de ellos es el de Ryan Green, padre de Joel, un niño con cáncer terminal que pelea junto a su familia contra su octavo tumor en tan solo 3 años de vida, y al que le pronosticaron que no pasaría de los 2 años. Una experiencia durísima que este norteamericano ha llevado al mundo del videojuego a través del título: «That Dragon, Cáncer».
Se trata de una aventura gráfica ambientada en un hospital, al que el jugador debe llevar a un hijo pequeño a la Unidad de Cuidados Intensivos con la voluntad humana y la fe como únicas herramientas para sobrevivir.
El juego está construido en una atmósfera poética, con un estilo visual simple y una banda sonora de piano que crea una ventana íntima e inquietante.
En una primera escena, el jugador debe atender las necesidades de su hijo enfermo, al tiempo que es empujado a la reflexión sobre el absurdo y la esterilidad de la relación clínica.
El escepticismo que genera todavía una propuesta de videojuego de este calibre es una muestra inequívoca del camino hacia la madurez que la industria debe aún recorrer en este sentido, ahondando en universos todavía más propios del cine o la literatura.
El fin último del videojuego es transmitir los sentimientos de una situación tan dura como esta, así como ayudar a superarla a personas que comienzan a padecerla.
That Dragon, Cáncer estará disponible a partir del próximo año para las consolas Ouya.